Para Federico
Vilar Baudena
Que si fuera torero
sería un:
¡Torero, torerazo!
Reloj
no marques las horas porque voy
a enloquecer
Oído
en “La Castañeda”
Ramiro Gamboa
Rodríguez era un asiduo visitante del llamado “Primer Cuadro” de la Ciudad de
México. Desde que tenía cinco años acompañaba a su papá a esas calles donde
estaba la joyería que él trabajaba.
Cada vez que
podía, el señor Gamboa le decía:
“Huele y siente
los aromas del Zócalo, porque en ellos encontrarás la esencia de nuestro país”
Como todo niño,
Ramiro tomaba los consejos de su papá como si fuera “La Ley de Dios” y no sólo
agudizaba el olfato y el tacto, también ponía sus oídos muy finos cuando
sonaban las campanas de Catedral.
Cuando daban las
cinco de la tarde en punto; Don Maximiliano Gamboa indicaba:
“Apréndete ese
sonido de memoria, indican las cinco de la tarde”
Durante los
siguientes 10 años siguieron la misma rutina, de su casa a la joyería y siempre
con las mismas recomendaciones paternas, las cuales escuchaba con mucha
devoción.
Más tarde como
sucede con todos los adolescentes; que se convierten en adultos aunque con
dificultad, Ramiro se separó de su padre y trato de hacer una vida
independiente.
Por supuesto no
podía dejar de regresar al “Centro Histórico”, porque los recuerdos le pesaban
mucho y ahí estaban los mejores momentos de su infancia y todos los recuerdos
familiares.
Así, no era raro
verlo a los 50 años por las calles de Madero, siempre caminando en la “Plaza de
la Constitución”, poniéndose enfrente del asta bandera, para admirar a su
manera, la grandeza que encerraba.
Se sentaba junto
a la Bandera Nacional y ponía en “juego” lo sentidos de los que disponía; para
disfrutar de una tarde acogedora en la cual no necesitaba la compañía de nadie.
Un domingo de
tantos la nostalgia se apoderó de él, más que nunca en los últimos 10 años e
irremediablemente se dirigió al Centro, para tratar de “Espantar a sus
fantasmas”
Era un “Hombre
hecho y derecho” de medio siglo de vida que a pesar de las adversidades, había
podido salir adelante por si solo sin ayuda de nadie, porque sus padres ya
habían muerto.
Ahí estaba como
desde hace 45 años, en un lugar que se sabía de memoria, cada centímetro de sus
rincones, por eso podía andarlos sin ningún problema.
Cuando estaba en
el momento de mayor reflexión, sonaron las cinco de la tarde en Catedral,
saboreo cada una de las campanadas; sonrió y se imaginó que era el reloj más
bonito del mundo:
Ramiro Gamboa
Rodríguez:
Era ciego.
Comedor de la Casa de Dacne
20:00 - 21:00
p.m.
6/XII/2014
2 comentarios:
Pfff qué emotivo cuento, con un gran final, sin duda la imaginación es lo que hemos perdido muchas personas, si supiéramos cuántas personas tiene que imaginarse los colores, incluso la música, es de verdad un cuento muy interesante.. me agrado muchísimo, hace reflexionar..
Que bonito caballero, valores, recuerdos, y si los aromas los sonidos suelen anclarnos a los recuerdos en nuestro cerebro, en segundos, personas con habilidades y capacidades diferentes logran hacer esto con mas facilidad, pues agudizan los demás sentidos, pero yo te invito a ti a hacer cada dia lo mismo que nuestro protagonista cada dia en el porton, conviértelo en una vivencia única, las largas horas de un escritor están llenas de cosas que la gente no suele ver.... saludos ten un maravilloso dia
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