Hoy el Palacio Nacional parece la “Casa de la Risa”
Reforma
Hay personas muy educadas y correctas con las cuales da gusto platicar; porque siempre tienen las palabras exactas para hacernos sentir bien; porque son unos caballeros en toda la extensión de la palabra.
Ernesto
Cardenal era una persona muy correcta que antes de dirigirse a una persona
decía “Por favor” y después que le hacían un trámite o prestaban algún objeto,
terminaba con un “Gracias”
Así resultaba afecto a las formas y lo
demostraba mucho en la forma de hablar con los demás. Tenía una frase favorita que
repetía a la “menor provocación”:
“El gusto es mío”
Por tal motivo era bien recibido en
todos los lugares a donde iba porque le sorprendía gratamente a los demás sus
maneras tan finas y correctas de conducirse con cualquier persona.
Estudiante de Psicología de la
Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), muchas veces tenía que lidiar
con gente que caminaba por la delgadísima línea que separa a la realidad de la
locura.
Tal
vez este aspecto de su personalidad representaba una especie de barrera para no
caer, como dice la canción:
“En ambos lados de la realidad”
Llegó a séptimo semestre de la carrera
y para poder titularse; tenía que hacer su servicio social y era obligatorio
realizarlo en una dependencia del gobierno ya sea federal o de la Ciudad de
México.
Estaba indeciso en qué lugar llevarlo a
cabo. Para salir de dudas acudió con uno de sus maestros y como respuesta le
dijeron:
“Lo mejor sería un hospital
psiquiátrico”
Aunque
el consejo venía de una de las “Eminencias grises” de La Facultad, no estaba
muy convencido de llevarlo a cabo, sobre todo por la fama que tenían esos
lugares en la capital del país.
Lo “consultó” con la almohada y el
lunes siguiente con todo y sus buenas maneras, se presentó con el Director del
Hospital Psiquiátrico: “Ricardo Monreal Ávila” para plantearle sus inquietudes.
El facultativo aceptó su propuesta y de
inmediato se presentó a laborar en la sala de enfermos mentales más tranquilos,
que su único desequilibrio consistía en creerse gente importante.
De esta manera vio caminar por los
pasillos a:
Carlota, Maximiliano, Napoleón III,
Eugenia de Montijo
y
a casi todos los personajes que intervinieron en el Segundo Imperio Mexicano a
mediados del Siglo XIX.
Cuando
se tomaba un descanso, se le acercó un hombre vestido de emperador; diciéndole
al momento que le extendía la mano:
-Soy Andrés Manuel López Obrador, mucho
gusto
Sin saber qué hacer en ese momento,
reaccionó casi al instante y señalo.
-Yo soy Jesucristo y…
El gusto es mío.
La Casa de Las Lunas
22:00 – 23:00 p.m.
7/VIII/2021
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