-¿Es la Escuela
Nacional de Ciegos?
-No, la Academia
de Árbitros de Fútbol
Oído
al pasar
Todos
los días al pasar por La Catedral, lo veía a las afueras de la puerta principal
y siempre me detenía a darle una limosna. Ese alto en mi camino, era un
tranquilizante antes de llegar a mi trabajo.
Era
un hombre de mediana edad; piel morena, barba semicrecida de más de una semana,
delgado y de pelo largo, sombrero descolorido, lentes negros y ropa derruida.
Junto a él estaba un perro con un letrero colgado en el cuello que decía:
“Ciego”
Cuando
salía de mi trabajo caminaba siempre a La Catedral; para poderlo verlo otra vez
y platicar un rato con él. De alguna manera “El Ciego de la Catedral”; se había
vuelto parte de mi vida.
Al
subirme al metro para regresar a mi casa; en todo el trayecto pensaba en lo
triste que era la vida de un invidente. Para mí la ceguera era la peor de las
enfermedades; porque uno se quedaba imposibilitado para ver las cosas bellas de
la vida. Simplemente quedar en tinieblas era como regresar al vientre materno.
Al llegar a mi casa trataba de abrir la puerta,
que había cerrado con llave, con los ojos cerrados, para experimentar lo que
sentía uno de ellos. A veces lo lograba y entraba así a mi casa, la mayoría de
las ocasiones no y entraba viendo.
Poco
a poco me fui interesando por saber todo acerca de los invidentes lo hice
principalmente por dos cosas:
Para
tratar de ayudar y comprender a las personas que tenían este problema y la
segunda para salir de la rutina.
Primero
leí todo acerca de ciegos famosos. Después empecé a estudiar el sistema
Braille. Pasé tres meses dedicado a esa actividad e inmediatamente después
traté de ayudar al “Ciego de La Catedral”
Llegué
a donde estaba él y sin reconocerme dijo:
“Una
limosnita para este pobre cieguito”
Saque
una moneda de mi bolsa y se la di:
-Tenga
buen hombre
Me
iba a retirar cuando prense:
“Ahora
o nunca”
-Oiga
¿Por qué no intenta buscar trabajo? Hay muchos empleos para invidentes y podría
vivir dignamente.
-Gracias
así estoy bien
-Pero…
-Por
favor váyase, me asusta a la clientela
Me
separé sin comprender la actitud de ese hombre. ¿Por qué trabajaba pedir
limosna a trabajar honestamente? Como era sábado pude quedarme para observar a
qué hora se iba y en dónde vivía.
Cuando
empezaba a oscurecer, el ciego se levantó del lugar que ocupaba. Tomó la correa
de su perro y empezó a caminar, Grande fue mi sorpresa al mirar que se detuvo
en un puesto de periódicos: para leer los encabezados de los diarios.
Enojado
lo intercepté y le dije:
-Oiga
esto es una burla ¿No que estaba ciego?
Me
miró de pies a cabeza y en tono serio me dijo:
-El ciego es mi perro.
Sala de mi casa
22:00
- 23:00
p.m.
24//I/2015